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Gases de efecto invernadero, ¿cuáles son y cómo podemos limitarlos?
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Gases de efecto invernadero, ¿cuáles son y cómo podemos limitarlos?

Aunque no se vean ni se noten al respirar, los gases de efecto invernadero (GEI) son los principales causantes del desequilibrio climático del planeta: su concentración se ha disparado en las últimas décadas como consecuencia directa de la actividad humana. 

Ecólatras, ¿sabíais que durante millones de años estos gases mantuvieron la Tierra a una temperatura agradable? Pero desde que empezamos a quemar combustibles fósiles sin medida y a talar bosques como si no hubiera un mañana, su concentración en la atmósfera se ha disparado. Este efecto dominó, que hace décadas que notamos, está impulsando el calentamiento global, el deshielo de los polos, las olas de calor extremas y los cambios en los patrones meteorológicos que ya afectan a millones de personas.  

Comprender qué papel juegan y por qué preocupan tanto es fundamental para entender el presente y el futuro de nuestro clima.

El origen de los gases de efecto invernadero 

Los GEI son compuestos presentes de forma natural en la atmósfera. Su función es retener parte del calor que la Tierra recibe del Sol, permitiendo que el planeta mantenga una temperatura estable y habitable. Sin este efecto invernadero natural, la vida tal y como la conocemos sería muy complicada, ya que haría mucho más frío. Por ejemplo, en España, en vez de una media global de 15 °C estaríamos a unos gélidos -18 °C… Y de otros lugares más fríos del planeta mejor ni hablamos, ecólatras. Así que, de entrada, podemos decir que estos gases han sido buenos aliados durante millones de años. 

El problema comenzó con la revolución industrial, cuando empezamos a liberar grandes cantidades de GEI a la atmósfera. La quema masiva de combustibles fósiles (como el carbón, el petróleo o el gas natural), la deforestación acelerada, las actividades agrícolas y ganaderas intensivas, y ciertos procesos industriales dispararon su presencia en el aire. Con todas estas emisiones de gases producidas por la actividad humana, el planeta empezó a calentarse como si alguien hubiese subido el termostato sin avisar. Lo que era un sistema natural bien calibrado se desajustó, y ahí empezó el calentamiento global.

¿Qué gases son los responsables? 

Dióxido de carbono 

Es el más abundante y conocido, ya que representa cerca del 80 % de las emisiones de GEI generadas por la actividad humana. Se produce principalmente al quemar combustibles fósiles para obtener energía, ya sea para generar electricidad, mover vehículos o calentar edificios. También se libera cuando talamos bosques, ya que los árboles actúan como esponjas naturales de carbono. 

Metano 

Aunque permanece menos tiempo en la atmósfera, tiene un potencial de calentamiento 25 veces mayor que el del dióxido de carbono. Sus principales fuentes son la ganadería intensiva (sobre todo por el sistema digestivo del ganado), los vertederos y la producción de arroz. 

Óxido nitroso 

Es otro actor importante con un impacto 300 veces mayor que el CO₂. Se emite sobre todo por el uso de fertilizantes en la agricultura y por ciertos procesos industriales.  

Gases industriales fluorados 

Estos gases incluyen los hidrofluorocarbonos (HFC), el hexafluoruro de azufre (SF₆) o los perfluorocarbonos (PFC), presentes en productos de refrigeración, aire acondicionado y algunos procesos electrónicos. Aunque representan una pequeña parte del total, su poder de calentamiento es miles de veces superior al del CO₂. 

Efectos de los gases de efecto invernadero en España 

Un ejemplo claro de los efectos negativos de los GEI en España se observa en las áreas de montaña, donde la nieve, antes abundante en invierno, es cada vez menos habitual. Según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), las estaciones de esquí españolas por debajo de los 2.000 metros podrían desaparecer o reconvertirse por falta de nieve. Se estima que para 2050 el espesor y la cantidad de nieve se reducirán a la mitad si no cambian las tendencias de temperatura.  

El aumento de estos gases está acelerando fenómenos extremos que no solo suceden, sino que también se retroalimentan: sequías más severas, incendios forestales más intensos, lluvias torrenciales desbordadas y olas de calor cada vez más prolongadas. El informe CLIVAR‑Spain, divulgado por la AEMET, alerta de que las sequías cada vez serán más severas y frecuentes. Además, aunque las precipitaciones se mantengan, las temperaturas elevadas aumentan la evaporación y agravan la escasez hídrica. España ya refleja olas de calor prolongadas que elevan riesgos sanitarios y alteran la disponibilidad de agua, la seguridad alimentaria y la economía. 

En definitiva, lo que antes se consideraban fenómenos excepcionales ahora tienden a normalizarse. 

¿Qué está haciendo la Unión Europea? 

La Unión Europea ha asumido un papel activo en la lucha contra el cambio climático y avanza con un enfoque cada vez más ambicioso. Una de sus principales herramientas es el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión, un sistema que establece un límite máximo de emisiones para sectores clave como la energía, la industria o la aviación, y obliga a las empresas a pagar por cada tonelada de CO₂ que emiten. En resumen, ecólatras, quien más contamina, más paga, lo que genera un incentivo directo para reducir las emisiones. 

Además, la UE ha adoptado el paquete legislativo conocido como Objetivo 55, que persigue reducir en un 55 % las emisiones de GEI para 2030 respecto a los niveles de 1990. Este plan incluye medidas para acelerar la transición energética, mejorar la eficiencia de los edificios, promover el transporte limpio y apoyar la innovación tecnológica. 

Además, el compromiso europeo va más allá del CO₂, también se está regulando el uso de gases fluorados y promoviendo sistemas agrícolas menos intensivos en emisiones y protegiendo espacios naturales clave para absorber carbono, como los bosques. 

¿Y desde casa? ¿Podemos hacer algo? 

Aunque es cierto que la gran transformación debe venir de gobiernos y grandes corporaciones, nuestros hábitos diarios también suman. Así que, ecólatras, os proponemos algunas medidas para reducir vuestra huella de carbono: 

  1. Moverse de forma sostenible: cambiar el coche por la bici, ir a pie o usar el transporte público siempre que se pueda. 

  1. Apostar por energías renovables: contratar electricidad de origen 100 % renovable o instalar placas solares, si las condiciones lo permiten. 

  1. Tener presente nuestra alimentación: reducir el consumo de carne, especialmente la roja, evitar el desperdicio alimentario y fomentar el comercio de proximidad y el producto de temporada. 

  1. Mejorar el aislamiento del hogar: una vivienda eficiente necesita menos energía para mantenerse a buena temperatura. 

  1. Consumir de forma más consciente: pensar antes de comprar, reutilizar lo que ya tenemos, elegir productos locales, duraderos y con menor huella ambiental. 

Un enemigo invisible… y una oportunidad compartida 

Los gases de efecto invernadero pueden ser invisibles, pero sus huellas ya están por todas partes: en los veranos más largos, en la falta de nieve, en las cosechas que se pierden y en los incendios que arrasan paisajes enteros.  

Pero, si algo tenemos claro los ecólatras es que la transición ecológica no es una utopía ni un eslogan, es un camino que estamos construyendo conjuntamente.  

Proyectos Ecólatras que cuidan el clima desde lo local 

Como hemos visto, reducir nuestra huella de carbono y los GEI del planeta requiere cambiar hábitos, transformar sistemas y apostar por formas de vida que vuelvan a conectar con el entorno.  

En esta comunidad conocemos bien esa energía transformadora y estas tres iniciativas son la prueba de que se puede reducir el impacto desde lo local: 

  • El Legado: donde la vida crece y la tierra florece 
    Este proyecto de reforestación activa en Salamanca está recuperando un monte degradado con especies autóctonas y prácticas regenerativas. El resultado no es solo un paisaje más sano, sino un sumidero natural de carbono que ayuda a combatir el cambio climático desde la raíz. 

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