Estamos en la mitad de la Década Decisiva, ¿qué significa?
La ONU definió la Década Decisiva como un momento clave en nuestra historia: una ventana limitada de tiempo para actuar con urgencia frente a la crisis climática, el colapso de la biodiversidad y las desigualdades sociales que siguen amenazando el equilibrio del planeta. Se trata del periodo entre 2020 y 2030 en el que, según los científicos, deberíamos poder reducir drásticamente las emisiones globales, restaurar ecosistemas degradados y transformar la forma en que producimos, consumimos y nos relacionamos con el planeta. ¿Pero, por qué es tan decisiva? Porque si no actuamos, las consecuencias del cambio climático no solo serán más graves, sino que se volverán prácticamente irreversibles, y el coste —ambiental, económico y humano— será infinitamente mayor que si hubiéramos actuado a tiempo.
Este 2025 marca el ecuador de la Década Decisiva, lo que significa que ya hemos recorrido la mitad del camino que se trazó para que transformemos con urgencia nuestra relación con el planeta. Por lo tanto, tan solo nos quedan cinco años desde que se marcó este rumbo común a través de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con metas diseñadas para mejorar la vida de las personas y proteger el planeta.
A estas alturas, los datos no nos acompañan. Según el Informe de los ODS 2024 de la ONU, solo el 17 % de los ODS van bien encaminados, mientras el resto avanzan con lentitud o se han quedado atrás. Aun así, este punto medio no solo es una señal de alerta, sino también una oportunidad: todavía estamos a tiempo de corregir y actuar. Y en esa tarea, las personas comprometidas como vosotros, ecólatras, jugáis un papel esencial. Porque el cambio empieza con una convicción compartida de que el futuro puede ser diferente.
El papel fundamental de gobiernos e instituciones
Sabemos que transformar nuestra relación con el mundo que nos rodea no es una tarea individual. Para que el cambio sea profundo, necesitamos que gobiernos, instituciones internacionales y grandes empresas den un paso adelante. Deben apostar por políticas valientes, regulaciones claras y una inversión real en energías limpias, protección ambiental y justicia social.
La transición ecológica implica una reestructuración profunda de sectores clave como la energía, el transporte, la agricultura y la industria. Además, hay que asegurarse de que nadie quede atrás en este proceso. Sin un compromiso político decidido, las metas globales de sostenibilidad seguirán siendo buenas intenciones sobre el papel.
Uno de los grandes retos de la segunda mitad de la década decisiva es evitar que la sostenibilidad se quede en la superficie. Es fácil encontrar campañas, sellos o acciones simbólicas que suenan bien, pero que apenas generan impacto real (esto se llama greenwashing). Por ejemplo, una empresa puede repartir bolsas de tela mientras sigue sin reducir sus emisiones o sin revisar su cadena de suministro. Los expertos en sostenibilidad lo tienen claro: hay que priorizar. Eso significa dirigir los esfuerzos y los recursos hacia lo que realmente consigue cambios, aunque no siempre sea lo más vistoso. En otras palabras, menos gestos para la foto y más compromiso donde de verdad se impacte.
Esto no significa hacer menos, sino hacerlo mejor. Las estrategias de sostenibilidad deben evolucionar de listas de compromisos genéricos a planes medibles, contextualizados y sostenibles en el tiempo. Por ejemplo, no basta con prometer ser "más verdes", sino que es necesario establecer objetivos concretos como, por ejemplo, reducir un 50 % las emisiones contaminantes en un plazo definido.
El papel de la ciudadanía en la transición ecológica
Una cosa tenemos clara: sin la gente, sin la presión social, los avances son más lentos. El movimiento ciudadano es la gasolina que acelera a las instituciones. Cada vez que una comunidad se organiza, que una plataforma exige cuentas o que una red de personas —como nuestra comunidad Ecólatras— ofrece soluciones locales, se abren puertas a la acción real. El compromiso de la sociedad no es solo valioso, es imprescindible para mantener la urgencia y la coherencia en el debate público.
Además, la ciudadanía juega un papel clave cambiando hábitos. La transformación empieza muchas veces por lo cotidiano: lo que comemos, cómo nos desplazamos, qué productos elegimos comprar (o rechazar). Estas decisiones diarias, aparentemente pequeñas, tienen un impacto acumulativo poderoso.
Pero más allá de lo individual, la dimensión colectiva de la acción ciudadana es igualmente crucial. Participar en proyectos comunitarios de restauración ecológica, colaborar en redes de consumo responsable, formar parte de cooperativas energéticas o movilizarse para exigir políticas más justas y sostenibles son formas efectivas de ejercer presión y transformar el entorno gracias al poder colectivo.
El cambio de la segunda mitad de la Década Decisiva debe ser político, tecnológico y, también, cultural y de valores. Para que sea real, justo y duradero, necesitamos que millones de personas se impliquen desde lo personal y lo colectivo.
La segunda mitad empieza ahora
2030 parece estar a la vuelta de la esquina, pero aún tenemos cinco años por delante. Y en ese tiempo pueden pasar muchas cosas, especialmente si actuamos con ambición y coherencia.
La buena noticia, ecólatras, es que tenemos claro el camino. Ya hay soluciones probadas, ideas en marcha y miles de personas comprometidas con el cambio.
Energías renovables, agricultura regenerativa, movilidad sostenible, economía circular, protección de la biodiversidad… Son alternativas probadas que necesitan priorizarse e impulsarse aún más. Pero para eso hace falta algo más que financiación, ¡hace falta creérselo!
Lo que tenemos en juego es tan importante que no podemos dejarlo a medias. Esta segunda mitad es el momento de recuperar el ritmo, de poner el foco en lo que realmente importa y de cambiar hacia un modelo de vida que respete el planeta y las personas.
No es solo cuestión de políticas o planes, también es cuestión de esperanza y convicción. Y esa esperanza, ecólatras, ya la estáis poniendo en práctica cada día.
Proyectos ecólatras que inspiran el cambio
Hemos visto que la transformación también se construye con proyectos valientes, entusiasmo y proximidad, por eso queremos compartir con vosotros tres iniciativas de Ecólatras que están demostrando que otro modelo es posible:
- Hotel Finca Calderón Enoresort: un alojamiento que apuesta por el turismo responsable en un entorno natural privilegiado. Aquí, la sostenibilidad se integra en cada detalle, desde la gestión del agua y energía hasta la valorización del patrimonio local.
- Bodega Finca Calderón: Enoturismo Sostenible entre Viñedos: esta bodega no solo produce vino, sino que lo hace con un compromiso firme por minimizar su impacto ambiental. La gestión sostenible del viñedo y las prácticas ecológicas reflejan una visión integral que combina tradición y respeto por el ecosistema.
- La Cabra Tira al Monte: Queso, Monte y Sostenibilidad Extensiva: un proyecto rural que fomenta la producción de quesos artesanales a partir de un modelo de ganadería extensiva sostenible. Su enfoque protege el paisaje, promueve la biodiversidad y conecta con prácticas ancestrales que cuidan el entorno natural.