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¿Cómo saben los científicos que el cambio climático avanza sin parar?
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¿Cómo saben los científicos que el cambio climático avanza sin parar?

El cambio climático no es una película de ciencia ficción ni un problema que tendrán que afrontar las próximas generaciones, es ya una realidad evidente y comprobable. Los científicos lo saben porque llevan décadas tomando la temperatura al planeta, observando la atmósfera, los océanos, los glaciares y hasta los anillos de los árboles. Y todos esos datos, ecólatras, recogidos desde múltiples rincones del mundo, dibujan la misma curva ascendente: la Tierra se está calentando a un ritmo sin precedentes y la huella humana es la principal responsable. 

Para entenderlo mejor, basta con imaginar que tenemos fiebre y el termómetro nos marca un grado más de lo habitual. Puede parecer poca cosa, pero en nuestro cuerpo significa cansancio, sudores y un sistema en alerta. Algo parecido ocurre con el planeta, la temperatura media global ha subido más de 1 °C desde finales del siglo XIX, y eso ha disparado las olas de calor, intensificado las sequías y provocado tormentas cada vez más violentas. Según la NASA, 2024 fue el año más cálido jamás registrado, superando claramente el umbral de 1,5 °C respecto a la era preindustrial. Y la Organización Meteorológica Mundial (WMO) ya avisa que los próximos cinco años se seguirán incrementando los eventos climáticos extremos. 

El océano y el hielo, principales testigos 

Los océanos son el gran almacén de calor del planeta, ya que absorben casi toda la energía extra que generamos con nuestras emisiones. Esto podría parecer útil, pero en realidad tiene consecuencias visibles y cuantificables para los expertos. Según la NASA, los primeros cien metros de agua se han calentado notablemente desde mediados del siglo XX, alterando corrientes y obligando a peces, algas y otras especies a buscar nuevos refugios. Cada décima de grado cambia la química del agua, la vida marina y, a la larga, acabará afectando a nuestro propio suministro de alimentos. 

Asimismo, los mares se han vuelto más ácidos, un 30 % más que antes de la Revolución Industrial. Para imaginarlo, es como si nuestros océanos se volvieran cada vez más amargos: los corales pierden color, los moluscos tienen dificultades para formar sus conchas y toda la cadena alimentaria se tambalea.  

En las montañas, la nieve primaveral también dura menos que nunca. Esto no es un simple dato geográfico: afecta a los ríos, al agua potable, a los ecosistemas que dependen de esas nevadas y, por extensión, a millones de personas.  

En los extremos de nuestro planeta, los hielos de Groenlandia y la Antártida se derriten a un ritmo alarmante. Cada año desaparecen cientos de miles de millones de toneladas de hielo, dejando al descubierto territorios que llevaban siglos cubiertos y provocando la subida del nivel del mar, que ya alcanza los 20 centímetros en el último siglo. Como ya sabéis, ecólatras, esto es un recordatorio constante de que los cambios que suceden lejos de nuestras casas también acaban impactando directamente en nuestra vida diaria. 

La huella humana causa el cambio climático 

A veces podría parecer que el calentamiento global forma parte de los ciclos naturales de la Tierra, pero la ciencia deja claro que lo que estamos viviendo tiene un origen distinto: la actividad humana. Los niveles de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, entre otros) han alcanzado cifras que no se habían visto en millones de años, y, como indica la NASA, esto es un reflejo inequívoco de la influencia humana. Desde 1750, la quema de combustibles fósiles, la deforestación masiva y una agricultura intensiva han aumentado la concentración de CO₂ casi un 50 % respecto a los niveles preindustriales, dejando una especie de “firma química” que los científicos pueden rastrear para distinguir entre el calentamiento natural y el que provocamos nosotros. 

Los modelos climáticos muestran de forma consistente que, sin la acción humana, este calentamiento simplemente no existiría. Cada ola de calor, cada invierno más cálido de lo habitual o cada tormenta que arrasa territorios encaja en un patrón predecible por los expertos. Como recuerda el último informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), el cambio climático es “generalizado, rápido y se está intensificando”, y los océanos, los glaciares y la nieve del planeta confirman esta tendencia. 

De la evidencia a la acción 

Pero, ecólatras, como siempre, no todo son malas noticias. La ciencia nos indica por dónde podemos actuar y nos recuerda que aún tenemos margen para hacerlo. Según el Pacto Mundial de la ONU, reducir emisiones, proteger los bosques, apostar por energías renovables y cuidar nuestros hábitos de consumo son pasos que sí pueden marcar la diferencia. De hecho, los estudios muestran que, si tomamos medidas ambiciosas antes de 2030, todavía es posible mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 °C y evitar los impactos más graves, alcanzando la neutralidad climática en 2050. 

Cada decisión cuenta, desde políticas públicas hasta hábitos cotidianos que ya habéis implementado muchos de los ecólatras. La ciencia nos da las herramientas para comprender el problema, pero las soluciones requieren valentía y compromiso de todos. El planeta ya nos está enviando señales inequívocas y cuantificables, y cada año que pasa sin actuar hace que las consecuencias sean más graves. Nuestra huella humana ha causado el problema, sí, pero también puede ser la llave para frenarlo.  

Proyectos ecólatras que mejoran la salud del planeta 

Como buenos ecólatras, no nos quedamos solo en la alerta, también nos movemos para proponer soluciones reales. Aquí te dejamos tres iniciativas que demuestran que una forma de vida respetuosa con el planeta es posible:  

  • Escuela Kerbest: un espacio de formación rural donde se enseña a regenerar el mundo desde la tierra, apostando por la agricultura responsable y la vida en comunidad. 

  • REDUVER: iniciativa ciudadana e institucional que reduce residuos y demuestra que la acción conjunta puede marcar la diferencia en nuestras ciudades. 

  • Sembrando el cambio: proyecto que crea ecosistemas resilientes, apostando por la restauración del suelo y la biodiversidad como bases de un futuro más verde. 

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